El botafumeiro que quería volar
Lugar: Santiago de Compostela / Galicia
El 25 de julio es fiesta grande en Santiago de Compostela. Se celebra el Martirio de Santiago, patrón de la ciudad y de la economía local, gracias a los miles de peregrinos que llegan cada año en la última etapa del Camino de Santiago y al mismo tiempo aumentan las arcas municipales.
Ese día la catedral se viste de gala. Son muchos los que acuden a la misa para ver un espectáculo insólito: el del botafumeiro. En el momento culminante de la misa; este incensario se mueve desde la cúpula central hacia las laterales en un baile litúrgico casi místico que, como en un partido de tenis, deja a los feligreses embobados durante un rato. El botafumeiro sólo vuela 12 veces al año, por lo que las colas que se forman en la iglesia son casi comprensibles.
Es enorme: pesa 53 kilos y mide 1,50m. Suspendido a 20 metros de altura puede llegar a alcanzar los 68km/h y para moverlo hacen falta hasta ocho hombres, llamados tiraboleiros, que lo balancean con un complicado sistema de poleas.
En las misas, el incienso se usa como símbolo religioso, pero la historia popular cuenta que en este caso el botafumeiro fue un precursor del Ambipur. Imagínense a los feligreses sacándose los hábitos después de 1.000 km a pie, sudados, sucios y febriles: el tufo echaba para atrás. Así, desde que se consagró la catedral hace mil años, se construyó también un incensario de proporciones gigantescas para disimular el mal olor.
El desodorante obra milagros hoy en día, y los pelegrinos con chirucas sudadas conviven en harmonía con hombres repeinados con gomina que acuden emocionados a la misa en la Catedral para ver el botafumeiro. Todos quieren estar cerca del objeto volador, aunque pocos se percatan del peligro que supone. Hasta cuatro veces el cachivache ha salido disparado y ha causado algún que otro incidente.
La primera se remonta hace 500 años, cuando en el día del apóstol una de las cuatro cadenas que lo sostenían se rompió y ¡bam! el botafumeiro salió volando y se estrelló contra la puerta de Platerías. No se tienen referencias históricas, pero imaginamos que el silencio sepulcral después del impacto fue de los que busca y casi nunca consigue el obispo de la catedral.
En el año 1622 el incensario era de plata maciza, y pesaba mucho más que ahora. En una de las vueltas, las correas no pudieron soportar el peso y ¡bam!, se precipitó y se estampó contra el suelo de la catedral.
En los dos siguientes incidentes, los afectados fueron feligreses. No se tiene constancia de las fechas, pero sí de las consecuencias. En el primero hubo que lamentar tres costillas rotas de un fanático que se acercó demasiado a la parábola aérea que describía el botafumeiro cuando ¡bam!, se lo llevó por delante. La festividad terminó en urgencias y dando las gracias al apóstol de que no fuera más grave.
El otro afectado fue un turista alemán, que había contratado con su grupo un vuelo de botafumeiro (se puede hacer, cuesta unos 300€). Se desconoce si por pasión o por miopía, el alemán se acercó demasiado al cacharro que en uno de los vuelos, ¡bam! le dio en la cara y le partió la nariz.
Desde entonces, parece ser que las ansias de vuelo del botafumeiro no han vuelto a manifestarse, pero ya se sabe que no se le pueden cortas las alas a alguien que quiere volar…